“La pesadilla palestina” por Yousef Munayyer

Turbas sionistas deambulan por las calles de las ciudades israelíes atacando a los palestinos, aviones de guerra israelíes bombardean Gaza sin descanso. A la vez, la población palestina que habita en Israel parece despertar de una pesadilla de décadas, agotados los experimentos políticos que pretendían canalizar sus demandas dentro de las estructuras del estado sionista. En un nuevo aniversario de la Nakba o «Día de la catástrofe palestina», lo analiza el académico palestino- estadounidense Yousef Mounayyer.

Por Yousef Mounayyer* para The Nation/

He estado tratando de pensar en un momento desde 1948 en el que una gama tan amplia de palestinos haya estado expuesta a un nivel tan grande de violencia israelí como en estos últimos días, y no creo que pueda.

En ciudades de todo Israel, los palestinos han sido golpeados y aterrorizados por turbas desenfrenadas; un hombre fue sacado de su automóvil y golpeado en lo que muchos describen como un linchamiento. En Cisjordania, los palestinos han sido asesinados a tiros en redadas del ejército israelí. En Jerusalén, las familias palestinas, que enfrentan la amenaza constante de expulsión, han sido hostigadas tanto por colonos como por militares. Y en Gaza, los aviones de guerra israelíes han lanzado bomba tras bomba, destruyendo edificios de apartamentos enteros.

Muchos han muerto, muchos más han resultado heridos. Si logran sobrevivir, serán testigos de cómo su sociedad se hace añicos cuando el humo se disipe. Los orígenes de todo esto son tan obvios como dolorosos, pero vale la pena explicarlos y volverlos a explicar para un mundo que con demasiada frecuencia falla —de hecho, se niega— a ver los verdaderos términos del sufrimiento palestino.

Para entender cómo hemos llegado a este momento, es fundamental comenzar con la historia de Sheikh Jarrah. Ese pequeño enclave de Jerusalén, en el que varias familias palestinas han estado bajo amenaza de expulsión, es quizás la causa más inmediata de esta última crisis. También es el último despojo selectivo de palestinos por parte de Israel, parte de un proceso de más de 70 años.

Desde que ocupó Cisjordania en 1967, el gobierno israelí ha aplicado varias políticas destinadas a rediseñar demográficamente la ciudad de Jerusalén nuevamente, con miras a asegurar su dominio perpetuo sobre la ciudad. Entre esas políticas se encuentran la construcción de asentamientos ilegales alrededor de la ciudad para aislarla del resto de la población palestina en Cisjordania; la restricción de movimiento para denegar a los palestinos el acceso al municipio y dentro de él; la revocación del status de residente palestino, que equivale a la expulsión; y la demolición de viviendas palestinas. Los israelíes también expulsan a los palestinos de sus hogares, como presenciamos en Sheikh Jarrah, para entregárselos a los colonos israelíes.

Tales políticas han creado un conjunto de amenazas, humillaciones e injusticias excepcionalmente potentes contra los palestinos en Jerusalén. Sin embargo, lo que está sucediendo en Sheikh Jarrah no se trata solo de Jerusalén, sino que refleja también toda la experiencia palestina. Desde el inicio del colonialismo sionista en Palestina, el objetivo ha sido expandir lenta y constantemente el control sobre el territorio, empujando a la población nativa hacia un proceso continuo de reemplazo.

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La mezquita de Al- Aqsa en Jerusalén Este

El episodio más grande de este proceso fue la Nakba de 1948, durante la cual las milicias judías y luego el estado de Israel despoblaron cientos de ciudades y pueblos, convirtieron a casi dos tercios de la población árabe palestina en refugiados a los que posteriormente se les negó su regreso, primero por la fuerza de los militares y ​​luego por la fuerza de la ley. Pero el proceso no se detuvo ahí. En las décadas posteriores, el proceso colonial avanzó hacia Jerusalén, la Rivera Occidental y Gaza a través de la construcción de asentamientos, el robo de tierras y la fuerza bruta militar.

Todo esto sería leña suficiente, pero además ocurre en un contexto inmediato más amplio, en el que el crecimiento acelerado del nacionalismo teocrático de derecha cruza todo Israel. Las recientes elecciones israelíes llevaron al parlamento a los kahanistas -extremistas teocráticos judíos que buscan negar cualquier derecho a los palestinos y abrazar la limpieza étnica- en su número más significativo. Los ideólogos de derecha han dominado durante mucho tiempo la Knesset, pero a medida que la política israelí se desplaza cada vez más hacia la derecha, gracias a la impunidad garantizada internacionalmente, ahora hay un espacio político cada vez mayor para el racismo más abierto y directo. Por lo tanto, no debería sorprendernos que haya irrumpido en las calles en forma de linchamientos.

Estas nuevas profundidades de depravación han coincidido con la posibilidad de que el partido Likud, cuyo líder Benjamin Netanyahu ha dominado la política israelí por más tiempo que cualquier otro, pudiera perder el poder, desafiado no desde su izquierda, sino desde su derecha. Lo que hace que la amenaza al control del poder de Netanyahu sea particularmente peligrosa es que él es quizás el político israelí más experimentado en lo que respecta a apelar a la violencia de sus seguidores en momentos de agitación política. Es una táctica que ha desplegado a menudo, por ejemplo justo antes del asesinato de su rival político Yitzhak Rabin por un israelí de derecha en 1995.

Desde las elecciones de marzo, estos extremistas violentos han intensificado sus ataques contra los palestinos a través de toda la Rivera Occidental, y han hecho estragos en Jerusalén, al grito de «muerte a los árabes» mientras marchaban por la Ciudad Vieja. Estos ataques, totalmente tolerados, si no apoyados directamente por el estado, se intensificaron aún más durante el mes sagrado del Ramadán, culminando primero con los esfuerzos del gobierno israelí para cerrar la Puerta de Damasco y luego, finalmente, con los brutales raids que hemos visto esta semana por los militares israelíes en la Mezquita de Al- Aqsa.

Una vez más, estos eventos, por sí solos, hubieran sido suficientes para llevar a la región a este momento volátil y cambiante. Sin embargo, también ha habido otros hechos, como la ruptura de un experimento en la política de los ciudadanos palestinos de Israel, la Lista Unida, que reunió a varios partidos más pequeños, que alcanzó alguna vez 15 escaños en la Knesset israelí, cuando algunos partidos mostraron su voluntad de respaldar al gobierno de Netanyahu por el precio correcto.

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El fracaso de este experimento fue el fracaso de la idea misma de que los ciudadanos palestinos de Israel podrían abordar sus quejas participando en el gobierno israelí. Cuando incluso estos limitados mecanismos de representación fallaron, la gente se preparó para salir a las calles. Justo cuando se estaban llevando a cabo las elecciones, miles de ciudadanos palestinos de Israel se reunieron en la ciudad de Umm al- Fahem, llevando banderas palestinas, cantando a su amada patria, presagiando algunos de los hechos de los días recientes.

Tampoco fue solo en Israel donde los palestinos se han estado alejando de las instituciones que les han fallado. A finales de abril, a los palestinos de Cisjordania, Gaza y Jerusalén se les negó la oportunidad de expresar su voz sobre sus supuestos líderes en la Autoridad Palestina cuando el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, pospuso las elecciones palestinas indefinidamente. Las elecciones, anunciadas en enero, habrían sido las primeras en 15 años. Pero Abbas canceló las elecciones porque podrían haber presentado un serio desafío para su partido y su gobierno, ya que Israel no permitiría que los palestinos en Jerusalén participaran en la votación. La negación de, incluso, esta oportunidad limitada de expresión política contribuyó indudablemente a las movilizaciones masivas que estamos presenciando.

Los “vehículos” representativos de los palestinos, en toda Palestina, se han averiado irreparablemente. Pero eso puede no ser algo malo, ya que esos vehículos los han llevado efectivamente a un callejón sin salida de mayor fragmentación y ocupación. Si bien muchos habían llegado a esta conclusión hace mucho tiempo, las movilizaciones masivas que comenzamos a ver en las calles, desde Jerusalén a Haifa, Nazaret, al-Lyd, Umm al-Fahem, Ramallah, Gaza, en campos de refugiados y en la diáspora en todo el mundo han demostrado que una nueva generación no sólo reconoce esto, sino que está empezando a actuar en consecuencia. Estas movilizaciones masivas que han unido a los palestinos muestran una comprensión compartida de su lucha y quizás incluso la forma embrionaria de un esfuerzo unido y coordinado contra el colonialismo israelí en todas sus manifestaciones.

La lucha por la libertad es un viaje constante, con paradas llamadas esperanza y desesperación en el camino. Si bien los últimos días me han dado razones incalculables para desesperarme, es en la posibilidad de un esfuerzo palestino unido, vislumbrado en estas jornadas recientes, que he visto un fragmento de esperanza. Cuando llegue la libertad, y cuando se escriba la historia de la lucha por ella, espero que este momento resulte transformador.

Con este fin, todos tenemos un papel que desempeñar, y corresponde a las personas que creen en la justicia solidarizarse con los palestinos hoy y hasta que finalice el viaje.

* Académico palestino-estadounidense, miembro no residente del Arab Center de Washington D.C., colaborador del Instituto de Oriente Medio (MEI) y Director de la Campaña Estadounidense por los Derechos de los Palestinos.  

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