Las declaraciones del Presidente Alberto Fernández durante la visita del Jefe de Estado español Pedro Sánchez causaron polémica, condena y hasta intentos de justificación. Pero, más allá del racismo que parece traslucirse a primera vista: ´¿Qué lógica profunda se esconde detrás de la frase presidencial?
Por Damián Ripetta para Estación Finlandia/
Cuando Octavio Paz decía sarcásticamente que los mexicanos descendían de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos… de los barcos, estaba parcialmente en lo correcto. No por una cuestión migratoria: no es a eso a lo que hace referencia esa frase, sino a la conformación misma de los diferentes estados actuales. Hay un vacío que Paz señala irónicamente en ese «barcos», hay una artificiosidad resaltada que discute con la discursiva rioplatense.
De los “barcos”, por supuesto, antes de que los inmigrantes pobres fueran escupidos en la más completa miseria por Europa, habían llegado a los países americanos muchas millones de personas a las costas de Brasil y al Río de la Plata, encadenadas desde África. Pero en la referencia presidencial de esta semana, que ha causado un mayúsculo y pertinente escándalo, así como, por ejemplo, en la réplica brasileña, tales millones de afroamericanos esclavizados no están incluídos, siquiera un poco.
Es que, a medida que la crisis social se extendió en nuestros países y los nacionalismos conservadores fueron haciendo pie, la invisibilización de la población negra se convirtió en el reverso de la romantización del inmigrante europeo. Inmigrantes que siempre fueron mirados de reojo y despreciados por las elites locales, “tanos”, “gallegos”, “rusos”, “turcos”, fueron en su época los nuevos indios a domesticar… y pisar. Luego, retrospectivamente, fueron transformados en masas amables, que vinieron a fundar la patria. Miguel Cané se reiría hasta el hartazgo agitando la Ley de Residencia.
En el discurso de Alberto Fernández hay mucho más de una legitimación de la civilización capitalista que de racismo consciente. “Europa” no es un continente en la referencia del presidente sino un eufemismo que esconde una reverencia a la cuna de la civilización capitalista contemporánea y, por tanto, forjadora de los estados naciones actuales. Estados artificiosos todos (y no algo potestad exclusiva de los latinoamericanos) que encuentran o buscan en su narrativa ideológico- historiográfica una forma de legitimar su existencia, afuera y adentro.
En el caso argentino, esa narrativa habla de un estado construído sobre la nada, sobre la pampa, sobre la tierra virgen. Y eso es parcialmente cierto. Acá no hubo un tremendo Tawantinsuyu ni una Tenóchtitlan ni un Virreinato del Perú. No hubo detrás miles de años de civilizaciones que surgieron y cayeron y resurgieron. Luego, hay que construir ese pasado. Y a los ojos tanto liberales como revisionistas, a los tehuelches se los puede exprimir, pero eso sabe comparativamente a poco a la hora de “fundar” ideológicamente el Estado. Los principales textos en la materia, el Facundo de Sarmiento y el Martín Fierro de Hernández, son expresiones por demás claras (aunque con diferencias) de esas vinculaciones entre Estado, historia e ideología.
Argentina, por más que la habiten decenas de poblaciones originarias, no tiene ese pasado hispánico y pre-hispánico que tienen los Andes o el Valle de Mexico. Entonces hay algo que vuelve permanentemente en la narrativa local que tiene que ver con el «desierto» y que no solo hace a la negación (que por supuesto también está presente) de esas poblaciones prehispánicas invisibilizadas hasta la actualidad, sino al hecho mismo de construir sobre el llano, a la edificación misma del Estado Argentino.
Esto no implica que a los paises que si tienen esa formidable espalda histórica eso les haya servido para construir sociedades más justas. Si las masas campesinas quechuas no la pasaban demasiado bien en el Imperio Inca (ni hablemos de otras poblaciones conquistadas), tras la caída de los españoles la retórica fundante del Tawantinsuyu o el Imperio Azteca no sirvió para legitimar o mejorar las vidas de tales poblaciones en Perú o México. Al contrario fueron pisadas miserablemente. Por caso, la historia andina sirvió para legitimar la construcción del estado peruano, y fue la base de acción de la burguesía limeña. Pero no sirvió para que esas masas vivan, ni siquiera, un poco mejor.
Por supuesto que no da igual visibilizar un origen que encubrirlo. Pero siempre estamos rascando la superficie de los puntos, como si bastara con dar una mano de cal para resolver estas cuestiones cuando en realidad solo las escondemos matizadas. El peronismo, por caso, hizo en los últimos 15 años una «reivindicación» de los pueblos originarios que sólo encuentra expresión en Canal Encuentro, ya que los niveles de vida no se modificaron en nada, ni dejaron de ser reprimidos hasta el asesinato.
Así, aunque el progresismo se escandaliza por las declaraciones del presidente, no se le arruga demasiado la moral cuando asesinan un pibe Qom en Chaco, como ocurrió el viernes, o frente a la espantosa miseria en que viven las poblaciones indígenas en Misiones, Formosa, Salta, Jujuy, el mismo Chaco, o en el Sur. Jamás se apunta, ni siquiera discursivamente, a tocar la base material por la cual siguen brutalmente oprimidos, y que los hace una de las fracciones más pauperizadas y brutalizadas de la clase trabajadora en el país. Como siempre los indios y los gauchos son atractivos cuando huelen a pasado, para adornar los actos escolares o para encender retóricas inflamadas, pero no a la hora de asegurar su alimentación, salud y vivienda…
El «desierto» como problema a resolver vuelve todo el tiempo a la política nacional e impregna los discursos oficiales a ambos lados de la grieta. Y no parece casual que cada escándalo de ese tipo se produzca con autoridades españolas, sea cuando viene el Rey Emérito o cuando lo hace el Presidente del Consejo de Ministros español. Pero no, como se afirma, por «cipayismo»: Las afirmaciones de Macri hace 5 años o las de Fernández ahora no expresan un deseo de ponerse de rodillas. En ellas, como dije, Europa es solo un eufemismo de civilización capitalista, y de lo que se habla es de legitimación de estados y de vínculos muy actuales para sostener la acumulación capitalista en un mundo en una crisis formidable.
Lo que está en juego es la re-edificación de una sociedad burguesa agrietada por todos lados. La validación de los Estados más o menos artificiosos es fundamental a la hora de alcanzar ese pro´pósito. Ni Macri ni Fernández, en tanto expresiones politicas de fracciones de la burguesía, plantean una «vuelta» a Europa, sino a los negocios. A la pax burguesa.
Fernández y Sanchez lo saben. Lo demás les importa tres carajos.
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