¿Qué hubo detrás de la finalmente delgada procesión con que las organizaciones sociales oficialistas conmemoraron el pasado 7 de agosto el día de San Cayetano, Patrono católico del Pan y del Trabajo? ¿Reivindicaciones sociales o presión sobre el gobierno y sus cajas? La evolución política de las corrientes nucleadas actualmente en la UTEP, sus vínculos con el Vaticano y sus perspectivas, en el análisis de Damián Ripetta.
Por Damián Ripetta/
Las organizaciones sociales encolumnadas en la UTEP movilizaron el sábado 7, por quinto año consecutivo, en el día de San Cayetano, desde la Iglesia de Liniers hasta la Plaza de Mayo. ¿Fue una procesión? ¿Una mera declaración de fe? Juan Grabois dijo al respecto: “Nuestra esperanza radica en que la movilización del 7 de agosto, continuadora de una tradición que iniciamos los movimientos populares y organizaciones gremiales en 2016, sirva como despertador para algunas conciencias aletargadas”.
Grabois, quien es uno de los principales dirigentes de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP: “sindicato” de la economía popular” según sus dirigentes) y referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos, es un ferviente partidario del Papa: ¿Puede hablar de “Conciencias aletargadas” un defensor a ultranza de la Francisco y defensor a ultranza de la influencia clerical en el movimiento popular, tal vez la más importante fuente de ese “aletargamiento”.
La influencia de la Iglesia en el movimiento obrero (y por extensión, en cualquier organización de la clase trabajadora) no es precisamente nueva. Desde que a finales del siglo XIX se proclamó lo que se dio en llamar la Doctrina Social de la Iglesia, el catolicismo avanzó en la creación de sindicatos y diversas organizaciones sociales y políticas con el fin de combatir la influencia de anarquistas y socialistas. Organizar sindicatos estaba bien, pero sin tocar la propiedad privada…
Por supuesto, este fenómeno se desarrolló ni lineal ni pacíficamente. Dentro de la propia estructura de la Iglesia, desde la década del ´60 del siglo XX (poco antes, durante y después del Concilio Vaticano II), todo un sector de la Iglesia latinoamericana cuestionó los parámetros de intervención oficiales, llegando incluso (en algunos casos) a acercarse a posiciones revolucionarias y a tratar de conciliar el cristianismo y el marxismo.
Vale la pena detenernos mínimamente en esto, porque algunos tratan de confundir peras con limones, y usar a aquellas ovejas sanamente descarriadas de la Iglesia de los ’60 y ’70 para legitimarse hoy. Si en la Iglesia hubo en aquel momento tensiones internas relacionadas con la disputa por la orientación de su política social, no fue ese el caso de los últimos 40 años, y menos aún bajo el papado de Jorge Mario Bergoglio. Y aunque Francisco ha sabido restablecer la imagen de una Iglesia interesada en la solución de la cuestión social, a partir de permanentes “gestos” de preocupación por la suerte de los menos beneficiados, como cualquiera sabe, preocuparse es una cosa, realizar gestos es otra, y transformar la realidad es otra muy diferente a las dos anteriores.
La influencia de la Iglesia en los últimos años fue creciendo y las operaciones político sindicales de los Grabois, de los Vera, de los Castro, de los Pérsico. La complacencia de los burócratas sindicales de la CGT, automáticamente alineados al Papa “argentino y peronista” colaboró también a allanar el camino del blanqueo. Todo con los buenos auspicios de Monseñor Carlos Accaputo (mano derecha de Bergoglio en la Pastoral Social), que permitieron la articulación del anclaje territorial que el Vaticano necesitaba.
Es que el maridaje entre los sindicatos y la Iglesia les termina siendo funcional a ambos. A la Iglesia, que ve reconvertir su dramáticamente desmejorada imagen y reconstruirse la influencia que había retrocedido en las últimas décadas. A los burócratas sindicales y sociales, que se ven en posesión de una caja monumental puertas adentro del Ministerio de Desarrollo Social, aunque menor que a la CGT le representan sus acuerdos con el Ministerio de Trabajo.
Así, en pocos años, la imagen social de la Iglesia Católica pasó de ser la de una estructura putrefacta, anacrónica, colaboracionista de las desapariciones y torturas durante la última dictadura cívico- militar y sospechada de proteger infinidad de casos de pedofilia, a ser el eje de la política social de gremios y organizaciones. Y cuando decimos en pocos años es en pocos años, sin ninguna clase de eufemismos, porque fue para el 2010 que Bergoglio, siendo Arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, le declaró la guerra al matrimonio igualitario. Y fue también en ese año que se filmó su declaración en el propio Arzobispado sobre las desapariciones de los curas jesuitas Yorio y Jalics. Bergoglio no pudo responder a la pregunta acerca de cómo podía saber que estaban secuestrados por la Marina. Debió recurrir a evasivas y argumentar un supuesto conocimiento “vox populi”.
Apenas 3 años después todo aquello se había revertido, y el oprobioso sacerdote se reinventó con el pseudonimo papal de Francisco I, no sin el reciclaje cómplice del kirchnerismo, que paso de anatemizarlo a amarlo. Mientras tanto, las organizaciones sociales de las que hablamos siguieron creciendo, formalizaron la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y luego, años después, tras acordar políticamente con Barrios de Pie y la Corriente Clasista y Combativa, fundaron la UTEP. El “sindicato” nació en un acto cuyo invitado estrella fue el patrón de buena parte de los trabajadores de la “economía popular” presentes, el recientemente renunciado Ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo.
De este modo, estas direcciones amarillas han ido afianzando su poder apoyándose en el control de una población cautiva de millones de trabajadores que dependen de los acuerdos de sus dirigentes para sobrevivir. La UTEP funciona como un mix entre sindicato amarillo y organización piquetera: Un sindicato que paraleliza a gremios y convenios colectivos de trabajo de múltiples ramas, estandariza la precarización y la reproduce en el tiempo. Aspecto clave de un problema estructural en la Argentina, un país que cuenta con una informalidad laboral cercana a un 50 %, la precarización laboral extendida en las últimas décadas en múltiples ramas del trabajo barrió con la protección y cobertura sindical de millones de trabajadores y encontró su mano de cal, su maquillaje embellecedor, en el “sindicato” de los pobres.
Una jurisdicción sobre 10 millones de trabajadores entre estatales, papeleros- cartoneros, albañiles, ladrilleros, carniceros, cooperativistas, recolectores, etc. que pasan a estar “contenidos” (por ser generosos) por la UTEP, fuera de todo convenio colectivo. Pero ya no hablamos de precarización laboral, ya no hablamos de superexplotación, hablamos de “Economía Popular”. La precarización general de la vida a la orden del día.
Problema resuelto para el Estado que se evita con migajas resolver un problema estructural del país. Doble problema resuelto para las patronales, que consiguen no sólo muchísima mano de obra barata para sus empresas tercerizadas, sino que se favorecen también porque esos 10 millones de trabajadores tiran hacia abajo la discusión salarial en todo el movimiento obrero. Problema resuelto para la burocracia sindical cegetista, que se evita el problema de pelear por el reencuadre de millones de trabajadores tercerizados, sub- ocupados, etc. Resultado, los ingresos promedio de los trabajadores tocan fondo en proporciones históricas, aunque la UTEP, por supuesto, no es la única responsable.
¿A qué se refiere entonces Grabois cuando habla de “conciencias aletargadas”, qué conciencias pretende despabilar? No se trata de otra cosa más que de varios acuerdos cuyo cumplimiento el gobierno viene postergando, y a la disputa a la interna del Frente de Todos con los intendentes del conurbano por el monopolio de la explotación de millones. Recordemos que en la confección de las listas del Frente de Todos bastante poco les tocó a estas organizaciones sociales que responden al gobierno, sino también a los dirigentes del movimiento obrero “progresista”.
Así llegamos a la marcha de San Cayetano, patrono del “pan y del trabajo”, a quien le piden que el gobierno del que forman parte “atienda sus súplicas”. Se trata de pelear la caja, disputar migajas como ocurrió con los acuerdos con la ministra macrista Carolina Stanley, y para eso hace falta visibilizarse y mostrar poder de fuego. Con ese fin, y después de un larguísimo período de inactividad, los dirigentes de las organizaciones piqueteras oficialistas volvieron a la calle.
Luchar no es igual a estar en la calle. Defender a un trabajador no es igual a fundar un gremio. El contenido de la movilización, las características del sindicato fundado, son los elementos que determinan la progresividad o lo reaccionario de una construcción, de una medida, de una posición política. La aventura de la clase trabajadora, si quiere alcanzar el único buen puerto que es el de su emancipación social, exige construir organizaciones, medidas y programas que se apoyen en la independencia de clase como concepto central. Sino, apenas se conseguirá, con un poco de suerte, maquillar la miseria.
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