El opio del pueblo

La masacre producida por la venta de cocaína adulterada en el noroeste del conurbano ha sacudido a la población. El fantasma del narco, que domina ya a Rosario, parece asumir carnadura real en la metropolí del país. Pero: ¿qué causas de fondo explican la difusión mundial del fenómeno narco y del consumo de drogas? ¿Qué hay detrás de conceptos como el de «consumo recreativo»? ¿Basta la legalización del consumo que se promueve desde el progresismo para resolver el problema de la violencia mafiosa asociada a la estructura narco?

Editorial, por Redacción/

La base del fenómeno de la expansión del narcotráfico y del consumo se encuentra en la propia decadencia del régimen social capitalista. En la necesidad de los capitalistas de compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia invirtiendo en esferas de la producción con tasas de ganancia mucho más elevadas, encuentra su fuente de financiación. En la creciente demanda de franjas cada vez más pauperizadas de las masas trabajadoras, su mercado.

No es casual que sea Rosario la perla del narcotráfico en Argentina. La antigua ciudad industrial es el principal puerto comercial del país, desde el que se exporta el grueso de la cosecha de soja a través de innumerables puertos privados.

A ese puerto llegó, por ejemplo, en 2019, nada menos que el 70 % de la cosecha de soja de Paraguay. Esa soja es predominantemente argentina, se envía de contrabando al Paraguay y se «reexporta» desde allí para evitar el pago de las retenciones.

Así, Rosario se ha convertido en el punto de concentración del excedente sojero “negreado”, que luego es invertido en actividades  económicas ilegales, el narcotráfico en primer lugar. Es, además, la segunda ciudad del país, cuya población trabajadora sufre las consecuencias de la desocupación crónica, y por lo tanto un gigantesco mercado.

La penetración del poder narco en las estructuras estatales es en Rosario completamente evidente. Pero la masacre ocurrida en el conurbano a partir del martes 1° de febrero, demuestra que el fenómeno narco se ha extendido a amplias franjas del conurbano, especialmente del noroeste.

Es posible que el descontrol que reina en Rosario se deba al hecho de que allí la policía se ha convertido en un instrumento de las familias que dominan el tráfico. En cambio, en el conurbano, el dominio de la actividad lo ejercen las propias fuerzas de seguridad, que explotan el negocio pero a la vez impiden que se desmadre. Berni sabe que se comercializan 250 mil dosis diarias de cocaína…

Por eso, la masacre narco producida desde el 1° de febrero a partir de la venta de cocaína supuestamente cortada con un opioide sintético, se nos aparece como “sorpresiva”, cuando en realidad es un síntoma de la extensión gigantesca de un negocio cuya violencia y consecuencias más trágicas están contenidas, sin embargo, en las villas.

Esa parece ser, por ahora, una de las características del dominio policial sobre el negocio narco del conurbano, que mantiene la violencia dentro de los límites de las villas en las que el dominio narco es ya completo. Ese dominio policial, además, parece evitar que los escándalos salpiquen para arriba, manchando a los inversionistas.

El modo en que la instrucción judicial de la masacre se ha detenido en el “Paisa” Aquino como línea de corte hacia arriba, demuestra hasta qué punto la policía y la justicia tienen pleno control y conocimiento del funcionamiento de una actividad. Al “Paisa” lo venían siguiendo hace cuatro meses, dicen las fuentes oficiales. Otras fuentes nos dicen que tal control no es otro que el del ojo del amo, engordando el ganado…

La salida progre

Desde la progresía se propone como salida una agenda cuyos elementos principales son la legalización completa del consumo, para eliminar la estructura clandestina que explicaría el fenómeno de la violencia narco; y la implementación de políticas de “control de daños” para lo que se ha dado en llamar “consumo problemático”, opuesto a lo que a la vez se denomina “consumo recreativo”.

La idea de que la legalización del consumo es una solución de fondo parte de la premisa de que la ilegalidad es la base de la creación de la estructura mafiosa del narcotráfico. La legalización del consumo volvería innecesaria tal estructura clandestina. Pero el fenómeno narco no se limita al universo del consumo. Las drogas que se consumen deben ser producidas, y es indudable que la infraestructura para la producción debe representar buena parte del negocio, además de ser indispensable,

La legalización del consumo sin legalizar su producción, podría probablemente resolver el problema de la persecución del consumidor y el adicto, pero el fenómeno narco se mantendría intacto en la medida que su corazón productivo permanecería en la clandestinidad. Para que se produjera algún cambio en ese sentido, el progresismo debiera avanzar en el reclamo de la legalización de la producción de drogas…

Y, en este caso: ¿qué ocurriría sino su transformación en una rama industrial legal en la que las grandes corporaciones capitalistas, en primer lugar las farmacéuticas, reemplazarían o se unirían a los carteles actuales para producir drogas a gran escala y propagandizar su venta  a través de los medios y las redes sociales? ¿Acaso no sería, por ejemplo, para Mark Zuckerberg, un negocio fantástico vender legalmente drogas en su proyectado “metaverso”?

Consumo recreativo y consumo problemático

Como en todas las cosas, el discurso progre no puede más que ceder al liberalismo. Así, sostienen que, como complemento de la legalización completa del consumo, el estado burgués debe asegurar las condiciones para asegurar el derecho al “consumo recreativo” y tratar los casos de consumo problemático mediante políticas de “control de daños”.

Se trata de un modo unilateral de analizar el problema, atendiendo únicamente a la cuestión del goce del individuo y de las consecuencias para su propia salud. No puede ser ese el enfoque marxista, para el cual los fenómenos deben ser interpretados en su totalidad dialéctica.

En las condiciones actuales, el llamado consumo recreativo solamente puede desarrollarse entre las filas de las clases poseedoras, entre los ricos, mientras que en la clase trabajadora ese consumo no es otra cosa que, aun cuando se trate de la relativamente inofensiva marihuana, un modo de escape. Pero, además,  ese consumo recreativo de los burgueses no es más que otra forma del disfrute del plusvalor extraído  la clase trabajadora.

Es decir que, aunque en un caso el consumo aparezca como medio de disfrute y pueda asumir individualmente carácter “recreativo”, y en el otro constituya un goce que representa un mero medio de escape a la cotidiana tragedia obrera, ambos representan modos enajenados de goce, expresión de conjunto de las alienantes relaciones capitalistas de producción.

La solución, por tanto, que proponen estas corrientes, cediendo a la absolutización liberal del concepto de libertad, opuesta a la dialéctica necesidad- libertad con que el marxismo explica el desenvolvimiento histórico de esa categoría, no es otra cosa que una suerte de “democratización” del consumo recreativo, si es que tal cosa existe.

Legalizar el consumo evita la persecución, pero no es la solución

Está claro que la legalización del consumo sustrae de la persecución policial al consumidor. Por eso hay que reclamar esa medida, pero a la vez hay que comprender que eso sólo puede resolver el problema de la persecución al adicto o al consumidor, y nada más. Es mentira que represente la solución de fondo al problema del narcotráfico y sus consecuencias sangrientas.

Como hemos dicho, hay una solución burguesa al problema, que consiste en la legalización no sólo del consumo sino también de la producción. Esto supondría su absorción por la gran producción monopolista y la transformación de las drogas en mercancías legales. Es la salida que promueve sin saber el progresismo, proponiendo la lucha por la democratización de lo que llaman “consumo recreativo“.

Está, por supuesto, fuera del alcance de la lógica progre comprender que solo sobre la base de la producción capitalista de drogas, y en el capitalismo imperialista eso representa la producción monopolista de drogas, podría desarrollarse algo del tipo de lo que llaman consumo recreativo. Y que eso no significaría más que un nuevo remache a las cadenas con las que la burguesía somete a la clase trabajadora.

El “opio del pueblo”, literal, peor que la religión.