¿Qué hay detrás de las movilizaciones en respaldo de Vicentín? ¿Cómo es posible que en parte de las clases medias penetre el discurso de la defensa de la gran propiedad privada? Las «certezas» en las que se apoya el sentido común neoliberal que parece haber hecho retroceder el fervor expropiatorio original del gobierno de Alberto Fernández.
Por Pablo Romá*, para Estación Finlandia/
El eje de la interpretación del banderazo en rechazo a la expropiación de la empresa Vicentín y a la injerencia del Estado en el ámbito privado, fue puesto sobre la confusión o no de aquellos que participaron de él. Sin embargo, al centrarse en la cuestión de la confusión, no se aborda el problema de las representaciones de los participantes, representaciones que habitan en lo que podríamos llamar el consenso neoliberal.
Las ideas y valores propugnados por este consenso aparecieron en los discursos y atraviesan los distintos ámbitos del proceso social total. En la esfera política, el PRO, la Coalición Cívica, la Unión Cívica Radical y luego Juntos por el Cambio, fueron y son las fuerzas que mejor articularon este conjunto de representaciones.
Hay una idea fuerza muy clara en la construcción de esta representación que radica en presentar una presión real como un valor político, casi como un destino: el mercado mundial reclama que las economías nacionales se adapten constantemente perdiendo autonomía. La forma de enunciar esta idea la escuchamos muchas veces: “hay que insertarse en el mundo”, “el mundo nos reconoce”, “volvimos al mundo”. Esta noción conlleva la idea de que quienes se niegan a aceptarla pertenecen “al pasado”.
Pero la necesidad histórica que se reclama no es más que una estrategia de acumulación de capital, que apunta a demostrar que el interés de los inversores suponga un conjunto de leyes ineludibles a las cuales no tendría sentido oponerse. Adaptarse, en cambio, implicaría tanto un esfuerzo como una gratificación, y la promesa implícita de prosperidad para tiempos futuros. Se debe hacer el sacrificio de sostener la lógica del capital financiero y esperar el “segundo semestre”, “los brotes verdes”, el gran “cambio de la historia nacional”.
Sin embargo, este orden exigido tiene que superar el obstáculo de la permanente inestabilidad, algo supuesto como congénito, el ADN de nuestra “cultura nacional”. Los “70 años” de inestabilidad que venía a superar Mauricio Macri fueron una figura permanente en la retórica de Cambiemos en la campaña electoral de 2015, por ejemplo. Hoy, nuevamente el “caos” y la “inestabilidad” de las reglas es lo que se pone en juego en el discurso de los manifestantes que defienden a Vicentín, al capital privado y a la libertad de empresa frente a la incursión “autoritaria” del Estado.
No queremos analizar aquí aquello que tienen de irreal los discursos que ven en el gobierno actual a un representante del comunismo o de Cuba o Venezuela, sino las lógicas implicadas en estos posicionamientos. La idea de “República” concentra algunos de los elementos fundamentales de esa lógica, porque actúa contra el desorden que implica toda vida política con su permanente traspaso de reglas. La República también concentra la idea de un gobierno protector que reúne a los preparados, a los mejores para el ejercicio de ese ordenamiento. Es en este sentido que representa una figura apolítica o antipolítica. El “macrismo” representó ampliamente este imaginario y lo explotó comunicacionalmente. Eran “el mejor equipo de los últimos 50 años” y Mauricio Macri era el mejor, el hombre exitoso que incursionaba en política sin otro interés que “proteger” a los ciudadanos y al país.
Con el affaire Vicentín se ponen en juego este conjunto de representaciones, vuelven a cobrar fuerza porque la política es la incursión, el desplazamiento permanente de las fronteras entre lo público y lo privado. Una empresa privada de pronto cobra relevancia pública en función de un sospechoso manejo de fondos estatales que coinciden con el enriquecimiento patrimonial del grupo empresario. La participación de los sectores medios y productores agrarios en defensa de un gran grupo capitalista mide su irrealidad frente al capital financiero y su permanente lógica de separación.
La doctrina republicana reúne este odio a la política entendida como la mediación que permite desplazar las fronteras entre lo social y lo económico, y su acción sobre la reconfiguración constante de las fronteras de lo público y lo privado. Desde las luchas por salario y condiciones de trabajo, las luchas por las jubilaciones y las luchas por demandas democráticas como la ley de aborto, la ESI y la ley de matrimonio igualitario. Todo reclamo democrático, del demos, de la mayoría, es percibido como una amenaza de “autoritarismo” estatal.
En este sentido, la impureza política que rechaza la ideología republicana se repone con la estricta delimitación de las esferas de lo político y lo social. La política es entendida meramente como gasto público o, como sostiene el discurso liberal, como la injerencia creciente del Estado en el ámbito privado. La distinción de un ámbito público que pertenece a todos y de lo privado donde prima la libertad de cada uno, es una operación donde la libertad de cada uno no es más que la dominación de los que detentan los poderes de esta sociedad y es, en este sentido, el fundamento último del consenso neoliberal.
* Sociólogo, Profesor de la UBA, Director de la Consultora Circuitos.
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