Por Redacción /
El pasado miércoles 17 de junio los canales de noticias de la televisión argentina interrumpieron su transmisión para dar paso a sus harto conocidas placas de “Urgente”, acompañadas de la respectiva música drama, y pronto los graph mostraron los títulos habituales: “Un delincuente se enfrentó a los tiros con Gendarmería”, “En un control de Gendarmería abatieron a un delincuente”, “Tiroteo y muerte el Barrio 1 – 11-14”. Lo siguiente fue la imagen del Barrio Rivadavia II, donde un cordón humano conformado por más de veinte uniformados se cerraba como un círculo en el medio del cual se encontraba el cuerpo, todavía con vida, de Facundo Scalzo.
Minutos atrás, Scalzo, de solo veinte años, había recibido cuatro balazos por la espalda mientras intentaba escapar de la persecución de los gendarmes Diego Rocha, Jorge Luis Pérez y Juan Pablo Ruiz. Así lo confirmó la autopsia realizada sobre su cuerpo. De los cuatro disparos, dos impactaron en los brazos y dos en la espalda. Así lo confirmaban también, al mismo tiempo en que los graph hablaban de “tiroteo”, los testimonios de los vecinos del barrio Rivadavia II, que además aseguraban que Scalzo no había tenido en su poder arma alguna. Así lo confirmaron finalmente los resultados de los dermotest – prueba que se utiliza para buscar en las manos rastros de disparos – realizados sobre el cuerpo de la víctima y en los tres gendarmes. Facundo no disparó, Diego Rocha sí.

Sin embargo, a la llegada de los medios al lugar, y con el operativo de corte militar ya desplegado, los tres efectivos dijeron que habían acudido al barrio tras recibir una denuncia telefónica por un supuesto robo – no existe registro de dicha llamada -, y que Scalzo, a quien acusaron de narcotraficante, había salido corriendo de la casa de la denuncia en cuestión con un arma en su poder, para luego disparar sobre ellos, que se vieron obligados a devolver los tiros y a terminar con la vida del joven. Nadie, ningún cronista de ningún medio televisivo, ni siquiera frente a los gritos de los vecinos y de Andrea Scalenghe, la propia madre de Scalzo, que durante los cincuenta minutos que tardó en llegar la ambulancia del SAME intentó sin éxito vencer el cordón para ayudar a su hijo, puso en duda esta versión.
Unos días después, cuando el relato de los gendarmes había empezado a caer y sobre ellos ya se había abierto una causa judicial por “homicidio calificado”, comenzaron a circular en las redes sociales videos grabados por los propios vecinos, donde se mostraba la situación desde otro ángulo. Allí se podía ver y escuchar a testigos del hecho que indicaban lo ya dicho: que Facundo nunca disparó, que ni siquiera tuvo un arma en su poder, que jamás tuvo vínculo con el narcotráfico.
Entonces, algunos medios televisivos volvieron al lugar y pusieron el micrófono en la boca de Scalenghe para escuchar por fin su versión. Allí la mujer, entre lágrimas, dijo de nuevo lo ya dicho, y agregó que ahí, en el barrio, los casos de gatillo fácil son moneda corriente, esté o no esté la televisión para mostrarlos.

En los casi cien días que se arrastran de aislamiento social, preventivo y obligatorio en el AMBA, un tipo de imagen, entre otras, se ha normalizado en los horarios de la tarde de los canales de noticias. A grandes rasgos, la imagen se puede describir así: muchos efectivos de alguna fuerza de seguridad, nacional, provincial o municipal, ingresan armados a un barrio aleatorio del AMBA y realizan allí un operativo, sea para entregar comida, sea para perseguir supuestos narcotraficantes, sea para “asegurar” la seguridad del barrio, sea para realizar un cordón sanitario, sea por cualquier motivo. Allí, los vecinos del barrio gritan, piden, exigen que se garantice alguna de las tantas condiciones básicas de vida que les ha sido negada históricamente. Pero la cámara no los enfoca. La cámara sigue al jefe del operativo y va tras él como un soldado fiel. La cámara ve, escucha, siente, se identifica con lo que ve, escucha y siente el jefe del operativo. Lo que el jefe del operativo dice, la cámara lo acepta, y también lo aceptan los periodistas que desde un piso ubicado a kilómetros del lugar coinciden invariablemente – allí no suele haber diferencias políticas – con lo que el jefe del operativo dice. Imagen y sonido, y todas esas cosas intangibles que componen la imagen audiovisual, están de acuerdo con el jefe del operativo. Todas lamedioss tardes. Todas las tardes vemos, todas las tardes espectamos, y aunque espectador no es, bajo ningún punto de vista, sinónimo de estúpido, hasta al más cuestionador se le pasó alguna vez por alto un graph que abate al ladrón.

Que Facundo Scalzo no era ladrón – ¿Y qué si lo hubiera sido? – se comprobó por testimonios de sus vecinos y familia, y porque, además, no tenía ningún antecedente judicial. Que no disparó también lo indica un video de la tarde del asesinato, aportado a la causa por Romina Ávila, abogada de Scalenghe, donde se ve al joven sin armas en su poder. Después, llegaron los resultados del dermotest. El peritaje de balística confirmará si fue solo Rocha el gendarme que disparó o si sus compañeros se unieron a la ejecución.
Sin embargo, todas estas pruebas estaban allí, en la escena del crimen, ya en el momento del asesinato. A diferencia de otros casos, aquí los gendarmes no fueron cuidadosos en su proceder: dispararon cuatro balazos por la espalda, a plena luz del día y en medio de un barrio lleno de testigos que solo tuvieron que ver para creer. Excepto la cámara que, otra vez, estaba apuntando al lugar incorrecto.
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