«Incomunicado»: un poema de José Coronel, caído en la masacre de la calle Corro

Con la detención de 10 militares involucrados en la llamada «masacre de la calle Corro» se ha dado un nuevo paso hacia el esclarecimiento de uno de los operativos más salvajes pepetrados por la dictadura. El 29 de septiembre de 1976, 150 efectivos del Ejército, la Policía Federal y la Gendarmería, apoyados por un tanque y un helicóptero rodearon y acribillaron a balazos una casa de seguridad de Montoneros ubicada en esa calle del barrio de Villa Luro. En el operativo fueron secuestrados Lucy Gómez, Juan Mainer, Maricel Mainer y Ramón Baravalle, y murieron en combate Ignacio Bertrán, Ismael Salamé y José Coronel. Alberto Molina y Vicky Walsh, hija de Rodolfo, se suicidaron. «Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir», gritó Molina antes de dispararse, junto a Vicky, un tiro en la sien.

La causa es impulsada, con el patrocinio de la diputada nacional por el FIT- U Myriam Bregman, por Patricia Walsh, hermana menor de Vicky, y por Lucía Coronel, hija de José.

Tucumano, hijo de padre ferroviario, José Coronel se recibió de abogado y se incorporó a las FAR para militar finalmente en Montoneros luego de la fusión de 1973. Aquí, estos versos suyos en homenaje a los caídos en la calle Corro, y a toda nuestra generación revolucionaria.

Por José Carlos Coronel, Carcel de Rosario, 1971/

Incomunicado

Totalmente incomunicado.

La frase procesal se retuerce y avanza como un gusano helado por mis huesos.

Tiemblo. Es el silencio.

La oscuridad.

El frío.

Las manos contra la pared las piernas bien abiertas quiénes son sus compañeros dice una voz y los golpes suenan en mi espalda como las tormentas calientes del verano de Tucumán.

La sangre en los labios las calles inundadas los barquitos de papel el jadeo entrecortado (las risas de los torturadores me bañan en un aceite grueso y asfixiante).

Totalmente incomunicado se repiten unos a otros los soldados que me guardan sus ojos negros a veces inocentes se clavan en mí con curiosidad, me apuntan con sus armas si me muevo pero les hablo y se acercan a mí y comprueban que somos idénticos pero se hace otra vez la noche y vienen a buscarme. ¿Tienes frío?

Preguntan y me desnudan a tirones.

El frío. Tiemblo. El frío atroz y amarillo de sentirme impotente en un presente constante y opresivo.

Este momento. Este golpe. Este sacudón la pregunta lanzada como un ácido sobre la piel ellos y yo el aullido y el cuerpo retorcido de dolor y asco.

Totalmente incomunicado ¿De quién? ¿De vos? ¿De mis hermanos oprimidos?

Ilusos pequeños hombrecitos juegan a que no saben nada de su muerte como si mis muertos no vinieran a darme aliento entre golpe y golpe como si no escucharan los pasos decididos de mis compañeros cuando el estallido blanco de mi cerebro electrificado y me alzan entre dos y me dejan.

Totalmente incomunicado ¿De quién? ¿De Dios? ¿De la victoria inevitable?

Pobres hombrecitos temblorosos.

Hemos decidido anunciarles que la obscena liturgia que practican es estéril y también suicida pues el tiempo vendrá como la lluvia con el estallido verde de los límites finales.

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