«Francia y el fantasma de la revolución», por Olivier Barril

Aunque a la Gran Revolución francesa la precedieron las victoriosas insurrecciones antiabsolutistas británica y holandesa del S XVII, la radicalidad, la universalidad de las ideas y el impacto a escala mundial de la sublevación de 1789 fueron la piedra fundamental sobre la que se erigió la época de la revolución. Ahora, iluminada por el fuego de las barricadas que surcan el país de punta a punta, la pregunta atraviesa también de punta a punta al país del Mayo del ’68: ¿Francia nuevamente en revolución?

Por Olivier Barril* para Mediapart/

Cuando François Ruffin** le dice a Apolline de Malherbe*** que el ayuntamiento de Abbeville ha sido ocupado por primera vez desde, quizás, la Revolución Francesa, ella le pregunta: “La Revolución Francesa, ¿quieres que volvamos allí?». François Ruffin podría haberle recordado que la Revolución Francesa no fue provocada por el pueblo sino por el rey; que no fue el pueblo quien derrocó un poder legítimo, sino el rey quien dio un golpe de Estado contra su propio pueblo. Recordatorio de hechos cuyo parecido con los que vivimos no es fortuito.

En 1788, Francia estaba aplastada por la deuda pública y paralizada por la negativa de las élites a ver aumentar sus impuestos. Luis XVI convocó una «asamblea de notables», una especie de cenáculo de los privilegiados, que no dio frutos. Por eso convocó a los Estados Generales, con la misión de encontrar salidas a la crisis. El país siente profundamente la necesidad de la renovación democrática, es decir, la posibilidad de que las fuerzas vivas del país participen en su política: este es el sentido del best-seller de Siéyès, ¿Qué es el Tercer Estado?

Siguiendo el consejo de Necker, Luis XVI acuerda duplicar la representación del Tercer Estado, que tendrá tantos diputados en los Estados Generales como nobleza y clero juntos. La campaña para la elección de diputados fascina a todo el país, sobre todo porque la modalidad del sufragio es la más abierta que hemos conocido, teniendo todos derecho al voto. Pero de la reunión de los Estados resulta que la duplicación de los diputados del Tercer Partido fue sólo una maniobra. Como en el pasado, votaremos por orden: la nobleza tendrá por tanto un voto, el clero otro y el tercero el suyo propio. Que los diputados del Tercer Partido sean dos veces más numerosos que los demás, por lo tanto, no importará nada.

Estos últimos, por lo tanto, reclaman un modo de sufragio que esté en conformidad con la constitución de los Estados Generales: uno debe votar por cabeza. Por supuesto, si se adoptara este modo de sufragio, sería suficiente para el Tercer Estado obtener algunos votos de las otras órdenes, entre los nobles progresistas y especialmente entre los miembros del bajo clero que son los más pobres de los diputados, el más cercano al pueblo y, a menudo, los más revolucionarios. Además, si votamos por cabeza, entonces la separación de diputados en orden ya no tiene sentido: por eso los diputados rebautizan a los Estados Generales como “Asamblea Nacional”.

Con estas decisiones, los diputados del Tercer Estado no hacen más que desplegar la lógica misma del proceso iniciado por el rey: convocar a todo el país para resolver la crisis, y sacar las consecuencias del reconocimiento por el propio rey de la transformación demográfica y social del país. No están haciendo nada ilegal ya que los métodos de votación no se habían definido previamente. La primera violencia es, pues, el acto del rey que envía al ejército a expulsar a los diputados del Tercer Estado de la sala de deliberaciones. De todos es conocida la frase de Mirabeau cuando todavía estaban intentando expulsarlos de la sala del Jeu de Paume donde se habían refugiado:“Estamos aquí por voluntad del pueblo, y sólo saldremos a fuerza de bayonetas”.

El pueblo tiene los oídos bien abiertos para escucharlo. Muchos de ellos han venido a Versalles a ocupar las gradas, a velar por un poder del que desconfían. La información circula constantemente entre Versalles y París. Así nos enteramos de que el rey tenía tropas reunidas alrededor de Versalles, ¿por qué? Sólo una explicación plausible: se dispone a dispersar la asamblea que él mismo ha convocado, desconfía de las personas que podrían defender a sus representantes y se dispone a sofocar cualquier resistencia. El pueblo, sabiendo que estaba amenazado, se preparó: tomarían la Bastilla porque esperaban encontrar armas allí.

En ningún momento de estos hechos la iniciativa del desorden vino del pueblo. Este último, en cambio, entendió que la convocatoria de los Estados Generales marcaba el fin de un absolutismo que nunca aceptó. En el fundamento de la monarquía francesa estaba el principio según el cual el Rey gobierna en interés de sus súbditos, es decir, de acuerdo con su voluntad: “Vox populi, vox dei”.

Hasta Richelieu, el poder real estaba moderado por una densa red de frenos y contrapesos (parlamentos, estados regionales, gremios, corporaciones, municipios, iglesias) que, aunque no eran democráticos, eran, sin embargo, significativos y representativos. El pueblo, además, en la lucha por sus derechos, nunca dejó de apoyarse en unos contra otros, apelando unas veces al rey contra la nobleza, otras veces a ésta contra aquella, no permitiendo la acción autónoma. Fue con Richelieu que se inició la adecuación de lo que hoy se denominarían los «cuerpos intermedios» y que surgió una nueva doctrina política: a la República (término que designaba entonces a la monarquía templada, es decir, organizada de acuerdo con las necesidades de la res publica) siguió al absolutismo.

Este absolutismo, los franceses nunca lo han aceptado. Algunos historiadores, sin embargo, creyeron ver el fin de las jacqueries a fines del siglo XVII como una aceptación de la autoridad absoluta del rey. Pero si las acciones violentas ya no tienen lugar, es precisamente porque habiendo Richelieu desarmado a la nobleza y neutralizado los cuerpos intermedios, el pueblo ya no puede contar con ningún aliado circunstancial. Los signos de su rechazo al poder están en otra parte: a lo largo del siglo XVIII, el fraude, la negativa a pagar impuestos, todas las formas pasivas de resistencia aumentaron considerablemente. El pueblo se declara en paro cívico. Recibió la convocatoria de los Estados Generales como una noticia maravillosa, pero sin embargo mantuvo toda su desconfianza hacia el rey.

Algunos historiadores toman al pie de la letra la frecuencia, en los cuadernos de quejas de los Tiers****, de expresiones de humilde respeto por el monarca. En realidad, no se trata más que de fórmulas de cortesía convencional, cuyo sentido se aclara si observamos que a lo largo de los cuadernos de los Tiers no encontramos ninguna mención loable a los Borbones sino, por el contrario, mil elogios a Enrique IV y San Luis, que en el imaginario colectivo se han convertido en reyes que escuchaban al pueblo, el primero con su gallina, el segundo haciendo justicia sentado bajo una encina. Enrique IV con sus gallinas***** y San Luis son modelos ofrecidos a Luis XVI: ha llegado la hora de la escucha y de la justicia. Al expulsar a los diputados del Tercer Estado, el rey demuestra que no entendió esto. El pueblo toma las armas, no para trastornar el orden de las cosas sino para restaurarlo,

Estamos allí hoy. Aparentemente es el uso de la 49.3 lo que acaba de ampliar el movimiento social que desafía la reforma de las pensiones a un movimiento político que desafía al poder. En cada etapa de la Revolución, el rey sólo hará concesiones cuando sea acorralado por el pueblo. Sin embargo, no es sincero en sus declaraciones, una falta de sinceridad que él mismo confesó en la carta que dejó cuando intentó huir al extranjero pero fue arrestado en Varennes. Fuga que constituyó una verdadera traición y dio origen al movimiento republicano en Francia.

Así, el primer paralelismo entre la situación actual y la de ayer se encuentra en el desprecio de la Asamblea. Pero se avecina un segundo paralelo, que se refiere a la relación entre el pueblo y la Asamblea misma. En los albores de la Revolución, cuando los parlamentos encabezaban la oposición al poder real, el pueblo se puso de su lado contra el rey. Hay historiadores que se ríen de este error, porque los parlamentarios eran nobles que defendían sus privilegios y para nada los intereses del pueblo. De hecho, no había error: el pueblo volvía a las estrategias del siglo XVII y confiaba en las fuerzas que tenía a su disposición. Cuando los nobles se pusieron del lado del rey en la primera fase de la Revolución, éste inmediatamente se volvió contra ellos. Hoy los miembros del mal llamado Partido Republicano deberían recordar eso.

La Asamblea misma no contaba con la confianza ciega del pueblo. Como se suponía que ella lo representaba, las ofensas que se le hicieron a ella fueron consideradas ofensas al mismo pueblo y él la defendió. Pero sabía que la mayoría de los diputados del Tercer Estado no defendían lo que él mismo exigía: la abolición de la arbitrariedad en todos los niveles del poder, la justicia ante los impuestos, la reforma agraria. 

Del mismo modo, la indignación del 49.3 no es señal de parlamentarismo tonto entre los manifestantes. La lucha política y social que se está dando tiene motivaciones mucho más profundas, particularmente entre los jóvenes, imbuidos de la urgencia de la crisis ambiental, y por tanto de la necesidad de recuperar el control de los comunes, y convencidos de que existe muy poco en la Asamblea en sí misma.

Emmanuel Macron, como Luis XVI, estaría loco si esperara que la situación «se asiente». Pero los parlamentarios estarían igual de locos si creyeran que la crisis actual se resolverá simplemente restableciendo las modalidades habituales de toma de decisiones políticas. Hace tiempo que el pueblo entró en huelga cívica, como en el siglo XVIII; la crisis de los chalecos amarillos demostró que la ruptura se consumó con sus representantes; la crisis actual es quizás una última oportunidad para que tomen conciencia de ella y tomen las medidas que puedan resolverla. 

Más que nunca, la convocatoria de una asamblea constituyente, cuyos miembros no serían elegidos entre una clase política desacreditada, es imprescindible como necesidad vital para la regeneración de un país en proceso de descomposición.

* Profesor de Literatura Francesa de la Universidad de Cambridge. ** Muy popular diputado por La Francia Insumisa. *** Periodista francesa. **** Cuadernos de quejas del Tercer Estado ***** Enrique IV decía que su deber era asegurar «Todos los domingos un pollo en las ollas de todos los campesinos».

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