Luego de la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque del Frente de Todos, muchos se ilusionaron con un camino de disputa al sometimiento del país al FMI promovido por Alberto. Pero el primogénito de Néstor y Cristina desilusionó más a propios que a extraños, facilitando la aprobación parlamentaria del acuerdo. El destino final del kirchnerismo, expresión del último y fracasado ciclo del nacionalismo burgués argentino.
Por Redacción/
El pacto con el FMI nació oradado por la gigantesca movilización popular a Plaza Congreso, convocada por el movimiento piquetero, los sindicatos combativos, el FIT- Unidad y otras organizaciones de izquierda. Las sobredimensionadas escenas de combate y represión con que los medios burgueses pretendieron desviar la atención fracasaron a la hora de promover el repudio popular a los manifestantes. Como dijo el dirigente del Polo Obrero Eduardo “Chiquito” Belliboni: “acá la violencia la pone el pacto con el FMI”.
El viernes y el sábado, a horas de sancionada la entrega, nada menos que 3500 delegados de la Unidad Piquetera discutieron y resolvieron un Plan de Lucha contra el acuerdo, en la misma Plaza de Mayo, que se iniciará con un acampe en el Ministerio de Desarrollo Social. En un contexto así, suena lógico que la aprobación no haya dado lugar a los acostumbrados aplausos de ocasión con que se suele celebrar la sanción de los proyectos difíciles.
Es que el derrotero del acuerdo y de su plan económico es el de un angosto sendero que deberá surcar dos precipicios: de un lado el del default permanente al que las misiones coloniales del Fondo pueden empujar; del otro, el del abismo de la resistencia obrera y popular, que podría adquirir una magnitud pocas veces vista.
Pero la suerte de la Argentina capitalista está indisolublemente ligada, sin embargo, al éxito del plan del Fondo. Su fracaso, en cambio, significaría la bancarrota final de la burguesía nacional como clase dirigente, y pondría al país ante la necesidad de su reorganización socialista, y a los trabajadores ante la exigencia de asumir la dirección de la nación.
A diferencia del post 2001, cuando el nacionalismo burgués pudo abrirse campo cooptando franjas decisivas del movimiento popular, la crisis actual mella todas las herramientas de contención que se fueron construyendo durante años. Algo de esto trasunta el amargo mensaje de Cristina a los que rompieron los vidrios del despacho de “quienes sacamos en su momento al país del FMI”. En el reproche lastimoso se expresa la comprensión de que su momento ya pasó y de que, en este contexto de profunda crisis del régimen social, los recursos políticos de contención que acostumbraban usar no ya no pueden funcionar.
Así, las tardías cartas de Cristina no representaron sino un trayecto epistolar hacia la decadencia política. La renuncia de Máximo a la presidencia del bloque, recurso inteligente, provocó un cierto cimbronazo favorable, pero aislado de cualquier medida práctica para combatir el pacto se transformó en un gesto políticamente estéril, incluso contraproducente: muchos creyeron que era el primer paso de una disputa seria, acrecentando la desilusión.
Ocurre simplemente que tales recursos “simbólicos”, tales cartas, tales renuncias, tales bajadas de cuadros y gestos “geniales” del tipo del de la unción de Alberto en 2019, podían servir para incrementar, mantener o recomponer el “capital político” en otras condiciones, pero se vuelven completamente ineficaces cuando, para las más amplias capas populares, el pan de cada día depende de salir a la lucha.
Al contrario: el campo “cristinista” de La Cámpora y sus satélites de Patria Grande, la Corriente Clasista y Combativa y el yaskismo, no sólo no convocaron a ninguna medida de lucha sino que facilitaron las condiciones para la aprobación parlamentaria del pacto. Los cinco integrantes de la Comisión de Presupuesto ligados al cristinismo aceptaron sin protestar ser desplazados de ella; La Cámpora, la CCC, PG y el yaskismo bajaron a dar quórum desde el principio de la sesión; todos agradecieron al bloque por el “pluralismo” interno y manifestaron que se van a mantener dentro del FDT; Máximo recién bajó a la hora de votar, y además no abrió la boca, como nadie de La Cámpora…
Disolverse como pata izquierda del bloque político que sostiene el acuerdo con el FMI y, con él, toda la desvencijada columna vertebral de la Argentina burguesa, con el PRO, la Coalición Cívica, la UCR y el naciente albertismo, parece ser el único destino político posible para el cristinismo. Desde ahí apuntará a disputar, en una suerte de remedo póstumo del “Hay 2019”, la interna del FDT.
En la vereda opuesta, las masas trabajadoras se verán obligadas a librar luchas gigantescas que marcarán el convulso período político que el pacto colonial con el Fondo no ha hecho más que inaugurar. Factor orgánicamente integrado a la Argentina capitalista, he aquí la tragedia del cristinismo: no puede más que, invirtiendo el aserto de Evita, renunciar a la lucha, para salvar a la Argentina de “los honores”, los privilegios y la desigualdad social cada vez más abyecta.
Para salvar a la Argentina burguesa.
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