Indudablemente el peronismo está en crisis, y esa crisis se expresa en su pérdida de influencia en las clases populares que constituyeron históricamente su base social. Pero sobre la base de esa crisis hay un proceso de construcción, afirma Luis Brunetto, de una nueva identidad política de izquierda.
Por Luis Brunetto/
Cuando el dirigente con vocación de augur proclamó, décadas atrás, el carácter insepultamente cadavérico del peronismo, seguramente no imaginaba que sus antiguos dirigidos afrontarían sus históricas obligaciones de sepultureros ya sin su concurso, y por caminos separados de los suyos.
Qué las condiciones que permitirían finalmente el cumplimiento de aquel vaticinio, históricamente inevitable a la luz de las ideas de Lenin y Trotsky, se desarrollaran casi tres décadas después, no hace más que probar que no existen ni los adivinos, ni las adivinanzas.
Aunque a destiempo, como cualquier profecía fallida, aquella afirmación sintoniza sin embargo con el contemporáneo proceso de crisis de la relación entre el peronismo y su base obrera y popular, del que paradójicamente se habla más en medios periodísticos preocupados por el desarrollo del fenómeno que, por ejemplo, en la mismísima intelectualidad de izquierda.
La mitad del fenómeno es vox populi: la crisis de la relación entre el peronismo y su base. Esa primera mitad es imposible de soslayar. La segunda mitad, de la que no se habla, consiste en el hecho de que esa crisis se está resolviendo en la emergencia de una nueva identidad política de las clases populares. Una identidad política no sólo de izquierda, sino ligada al marxismo revolucionario.
Esto es así porque esa crisis se procesa en concreto, en forma práctica, por la vía de la actividad de un partido de izquierda, que se reivindica marxista revolucionario, y que realiza desde hace varios años un enorme esfuerzo de politización de las franjas de la clase trabajadora sobre las que ejerce influencia: el Partido Obrero.
Ese esfuerzo de politización tiene como sujetos, especialmente, a las amplias capas trabajadoras precarizadas que se organizan en el Polo Obrero, y que no son receptoras pasivas del esfuerzo partidario, sino protagonistas ávidas de la elaboración de su propia identidad política futura, superadora de los límites del peronismo. Alguien que participa activamente de esta tarea, a la que yo mismo no soy ajeno, me dijo: “Acá constaté lo cierta que es aquella afirmación de Marx en Miseria de la filosofía: ‘Los obreros tienen más necesidad de respeto que de pan’”.
Si efectivamente nos hallamos frente a una situación histórica de estas características, por la que apuesta el autor de esas líneas, es una hipótesis que la historia se encargará de probar o desmentir. Es, sin embargo, lo que parece explicar la masividad del acto del 29 en Plaza de Mayo, y su calidad predominantemente proletaria. O también, por qué no, que este acto se engarce antagónicamente, como en una cadena “procesual”, con los cuatro actos “peronistas” por el 17 de octubre, expresión de una crisis y una decadencia políticas inocultables.
Por supuesto, existen otras explicaciones más fáciles, en la que caen incluso los socios del PO en el Frente de Izquierda, que son las que postulan el carácter “clientelar” de sus convocatorias masivas. Una explicación gorila, entendible por parte de los medios de la derecha e incluso del kirchnerismo y el peronismo en general. Inentendible desde la izquierda.
O entendible sólo en términos de celos partidarios o temor a que el crecimiento del PO desnude el raquitismo de grupos que apuestan a desarrollarse apoyándose en una pura construcción mediática. Algo que empieza a sobrevolar la agenda de los medios de comunicación, que ya registraron que la izquierda se convierte en un actor político que ha llegado para quedarse, y tratan de dar cuenta de su interna no tanto para explicársela al público, sino sobre todo a la burguesía.
En ese punto, hay que señalar como un acierto no sólo político, sino teórico, del PO, el de haber sostenido la necesidad de organizar a las capas trabajadoras desocupadas, incluso cuando bajo el kirchnerismo se produjo una relativa reactivación de la economía post desastre del 2001, y una reabsorción de trabajadores por parte de la industria.
El acierto es el de haber comprendido que, en las condiciones del capitalismo decadente, la precarización y flexibilización de la mano de obra es la norma, incluso en la industria. Y que lo será aún más a excepción de que sea reemplazado el régimen social capitalista. Y que la deseable organización gremial de esas capas precarizadas encuentra en la burocracia sindical, que ha convertido a los sindicatos en una pieza indispensable del mecanismo precarizador, un obstáculo insalvable.
Y aquí si conviene recurrir a augures, pero probados: ese papel traidor que la burocracia hace cumplir a los sindicatos es una manifestación concreta de lo que Trotsky previó en Los sindicatos en la época de la decadencia imperialista. Sólo el reemplazo de la burocracia sindical por direcciones sindicales revolucionarias puede hacer que los sindicatos jueguen, además de un papel revolucionario estratégico, aquel papel mínimo para el que fueron creados: el de luchar por respuestas a las más elementales necesidades de la clase trabajadora.
Lo cierto es que la única experiencia conocida de un proceso así, por lo menos en Argentina, hasta hoy, la ofrece el SUTNA. ¿Es una casualidad que ese gremio esté dirigido desde hace más de 6 años por un militante del Partido Obrero, Alejandro Crespo, y una Lista Negra en la que influyen los militantes de ese partido?
En cualquier caso, tanto entre la clase obrera desocupada como en el movimiento obrero industrial el proceso de crisis de la relación entre el peronismo y las clases populares y de construcción de una nueva identidad política obrera y popular de izquierda, parece operarse a través de las organizaciones del Partido Obrero.
Hace poco una compañera contaba que su papá, trabajador peronista de toda la vida, en las últimas elecciones le dijo que, finalmente, iba a votar a la izquierda: “Es que ustedes son los últimos peronistas.”
Al fin y al cabo, como diría Perón, “trotskistas somos todos”.
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