Marruecos grita: ¡Palestina libre! (mal que le pese a reyes y patrones)

El fútbol no es sólo negocio ni es el opio del pueblo. No es ni por mucho eso sino un juego humano prisionero, como todo en este mundo, de las relaciones de producción capitalistas. Y, aunque hay excepciones, sus protagonistas no son robots al servicio de la FIFA a los que solamente les importan los millones que ganan. Hay de todo, pero los mejores de ellos, cuando pueden, filtran los mejores mensajes, como los rebeldes jugadores del equipo marroquí solidarios con el irredento pueblo palestino.

Por Redacción/

Hay que desconfiar de los intelectuales de izquierda a los que les agarra un ataque antifútbol en los mundiales.

Quien no puede comunicarse con la alegría y las pasiones de las masas no puede ser parte de ellas, y menos dirigirlas.

Hay que desconfiar de los «izquierdistas» que ponen al fútbol al nivel de opio de los pueblos, como la religión.

El hermoso deporte que es el fútbol, como todo, está atravesado por las relaciones capitalistas de producción.

Para liberar al fútbol, como al trabajo, de esa envoltura alienada, no hay otro método más que la revolución socialista.

Pero, aun en el fútbol alienado, en el futbolista está implícita esa práctica libre, sometida por las relaciones de producción vigentes. Del mismo modo que el trabajo.

Marruecos le ganó a España y pasó a cuartos de final en el Mundial de Qatar.

En el Mundial realizado en uno de los estados más reaccionarios y opresivos del mundo, la ex colonia le ganó a su ex metrópolí.

Algo así como «la mano de Dios» del Diego en México, que por supuesto no suple ni repara nuestra derrota en Malvinas, pero es una mínima revancha que los oprimidos cargan de sentido.

La ex colonia española, además, aprovechó su batacazo para hacer ondear orgullosa la bandera hermana de Palestina, oprimida por otro de los estados, Israel, más reaccionarios y crueles del mundo actual.

El gesto de los jugadores marroquíes se agiganta cuando se tiene en cuenta que su reaccionaria monarquía, encabezada por Mohammed VI es, fuera de Egipto, el único estado del África árabe que reconoce a Israel.

El reconocimiento de Israel, con Donald Trump como intermediario, significó para la monarquía marroquí garantías de impunidad para cubrir la corrupción endémica que practica y la sangrienta represión contra el Frente Polisario, que encabeza la lucha del pueblo saharauí por la independencia del Sahara Occidental.

Representó también el acceso al armamento sofisticado y mortífero que Israel produce. Drones israelíes surcan hoy los cielos del Sahara para prolongar la ocupación marroquí.

La condición, por supuesto, es abandonar la causa palestina, la causa que une a todos los pueblos árabes,

Eso es lo que, amparados en su popularidad, desafiaron los jugadores marroquíes.

¿Podrá ahora Marruecos con Portugal, pionero de la ocupación europea del territorio marroquí y de toda África conquistando Ceuta en 1415?

No importa.

Sus jugadores rebeldes ya hicieron flamear orgullosa, ante centenares de millones de habitantes del planeta, la indestructible bandera de la Palestina libre.

Mal que les pese a sus reyes, a sus patrones, y a los pseudoizquierdistas que equiparan al juego más hermoso e insobornable que el hombre haya creado con el opio que inocula la resignación y el sometimiento.

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