Lectura ideal para un fin de semana de cuarentena, este artículo analiza las respuestas culturales y políticas a la pandemia de Covid 19.
Por Eric Calcagno y Mallman*/ Estación Finlandia
Los orígenes míticos de la peste comienzan en la Ilíada, cuando Apolo castiga a los aqueos por un sacrilegio cometido; la Biblia, por su parte, establece el origen divino y el carácter vengativo de las pestilencias. Desde una de las primeras epidemias registradas en occidente, en Atenas el año 420 AC, hasta la actualidad, estas pandemias han sido una constante en la historia humana, mucho más frecuente de lo que creemos. Peste Negra, Fiebre Amarilla, Tifus, Cólera, SIDA, Ébola, son sólo algunos nombres de una siniestra y duradera acompañante de la humanidad.
Ya dijimos que este fenómeno adquiere las características de un hecho social, tal como lo definió Emile Durkheim hace más de un siglo. Es un fenómeno exterior al individuo; impone determinadas maneras de actuar, de pensar y de sentir; tiene un poder de coacción en virtud del cual se impone a todas las personas. Todos los lazos sociales quedan afectados por la peste.
Y es aquí donde juega a pleno el sistema de representaciones. Como no hablamos de saber cuántas dimensiones tiene el alma (una interesante disquisición metafísica), estamos en un momento donde las maneras de considerar la actual situación son más creadoras de realidad que nunca. Y sobre esa base se salvan vidas, o se pierden.
La indiferencia individual, cuando no la inacción pública, suele estar basada en la consideración que esto no es algo más que una simple gripe, que fallecen más personas de cáncer o de accidentes automovilísticos. Esta actitud ha demostrado acarrear resultados muy negativos por el mundo, sin importar grado de desarrollo de los países o ideologías políticas. Respecta la banalización de un acontecimiento a categorías simples, que no pueden explicarlo.
Así es como vemos a Donald Trump en Estados Unidos mantener posiciones parecidas a las de Daniel Ortega en Nicaragua, y por supuesto Jair Bolsanaro en Brasil. López Obrador, en México, aunque por suerte carece del histrionismo de otros, también ha tomado una actitud “suave” frente a la pandemia.
Son sólo algunos ejemplos del primer error de percepción: no estamos frente a una enfermedad que enluta sólo a la familia y amigos del deudo. El COVID-19, por sus características biológicas, modo de propagación y consecuencias médicas es una pandemia; es una peste porque amenaza al cuerpo social en su conjunto, tanto a nivel simbólico como en la realidad, aunque por supuesto impacta de diferente manera según los sectores sociales. De allí que la respuesta deba ser social, y el único ente capaz de actuar en esa magnitud es el Estado, es decir, la política.
El Coronavirus ha actuado como actúan todas las pestes. El paso del vector animal al humano –que se da en innumerables formas- el posterior contagio, masivo y rápido, siempre inexplicable, trae también el paso de la enfermedad individual a la pandemia (que quiere decir: “todo el pueblo”, en griego). Si en tiempos remotos una peste originada en China podía tardar entre tres y quince años en llegar a Europa, en este caso sólo fueron necesarias apenas horas, días o semanas para impactar al mundo.
Por cierto, ese mundo no estaba preparado para una pandemia que saliera de los habituales lugares alejados. La llamada gripe española, más de cincuenta millones de muertos, era un recuerdo lejano y la gran gripe de 1968, un millón de muertos, jamás fue considerada una peste. Por el contrario, el COVID-19 encuentra un mundo en severa crisis económica, desconcierto político, malestar social.
En este punto es importante recalcar que la situación económica crítica no es producto de la pandemia, ni que es misma economía entra en crisis por las medidas de aislamiento, sino que la situación preexistía al virus. Lo que hace el Coronavirus, como todas las pestes, es actuar como un revelador y un acelerador.
Como las anteriores y las que vendrán, esta pandemia obra como un revelador fotográfico que expone la imagen latente en el papel. Todos los disfuncionamientos existentes quedan a la vista, como la pobreza y la desigualdad; la falta de servicios básicos para grandes sectores de la población, la precarización laboral, el déficit habitacional, entre otros.
Y sobre eso la peste obra como un poderoso acelerador. Los conflictos más o menos gerenciados estallan a la luz del día con toda crudeza. El problema de la pobreza, ignorada o paliada con subsidios, es ya inmanejable: el debate sobre distribución del ingreso vuelve al centro de la escena, así como la necesidad de un ingreso universal. Las imágenes de los camiones que llevan ataúdes en Italia muestran que aquellos que prefieren elegir la economía a la salud pierden la economía y pierden la salud.
Además, aunque el imaginario colectivo supone que todos somos iguales frente a una enfermedad de este tipo, tanto ricos como pobres, nunca ha sido así. Los sectores sociales más vulnerables siempre son más propensos al contagio: de qué sirve recomendar el aislamiento domiciliario a quien no tiene techo, lavarse las manos con frecuencia a quien no tiene agua, distanciamiento social a quienes viven hacinados. El propio acceso a internet obra como obstáculo para difundir las medidas de protección. A veces lo habitual no es lo común.
Frente a la peste vuelven los remedios de siempre. Aislamiento y cuarentena, distancia social, como si estuviésemos en la Londres de 1655. Hipócrates recomendaba “vete rápido, vete lejos, vuelve tarde”, y el Corán especificaba que no se debía entrar o salir de una zona infectada. Entonces esperaban que Dios sea apaciguado; ahora esperamos la vacuna. A menos que prime el fatalismo que caracteriza al Presidente de Brasil: “qué quieren que haga” o “todos vamos a morir algún día”. Le falta decir “pasaron cosas”, en alguna ronda de Bridge.
La diferencia con las pandemias anteriores, que se agotaban en sí mismas luego de cumplido su ciclo biológico, es que por primera vez en la historia existe una decisión política de aplicar las medidas de restricción hasta el descubrimiento de la vacuna y su distribución. Como en toda peste, poco o nada se sabe del virus, y mientras es investigado por científicos de todos los países, en una feliz globalización del conocimiento, hay Estados que tomaron el camino de la prevención estricta.
Frente a la Pandemia, el gobierno argentino adoptó con relativa rapidez las medidas correspondientes: aislamiento, cuarentena, distanciamiento social, mientras busca mitigar las consecuencias económicas de la peste.
Por eso el gobierno practicó varias veces el “aislamiento comunitario” en barrios populares afectados por el COVID-19, con testeos casa por casa. Incluso el Ejército participa de operaciones en territorio para distribuir agua y comida. En las decisiones sobre levantamiento o endurecimiento de las medidas de cuarentena intervienen de manera activa los gobiernos provinciales y municipales, lo que permite mejor supervisión y cuidados, en el caso por caso y según las realidades territoriales de cada cual. El movimiento obrero también esta movilizado, con la puesta a disposición de la hotelería y hospitales sindicales. Los movimientos sociales tienen una capilaridad que también ponen al servicio de la prevención sanitaria y la alimentación diaria.
Estas medidas, que parecen razonables, no cosechan la unanimidad. Los sectores de mayores ingresos sostienen que las libertades están en peligro, que las medidas de cuarentena son inconstitucionales, y suelen hacer gala de promover encuentros multitudinarios y no adoptar las medidas de distanciamiento social. Digamos que eso que pretende ser un acto de rebeldía no supera la mera irresponsabilidad. “Van por todo”, afirman, “solo trabajan para los negros!!!”, “queremos ser Suecia!!!”.
Critican “el gobierno de los científicos”, de los “epidemiólogos”, quienes hasta hace poco tiempo adoraban al gobierno de los altos ejecutivos, esos CEOs, que además de bellos son eficientes y honestos. Llegaron incluso a hablar de “infectadura”, justo en el mes que conmemora tanto el bombardeo a Plaza de Mayo en 1955 como el alzamiento del General Valle en 1956.
Sepamos pues que del lado de la actual oposición no encontraremos más que un “terraplanismo político”, tan nefasto en las ciencias sociales y en el arte del poder como lo son quienes dicen que las vacunas son malas, la tierra no es redonda, y abogan por un “creacionismo” que nada tiene que ver con la ciencia, y, por cierto, nada tiene que ver con Dios.
También es verosímil pensar que si el gobierno nacional hubiese tomado el camino de la indiferencia, o abogado por la “inmunidad de rebaño” –como intentó Boris Johnson en Inglaterra- las críticas de esos mismos sectores pudientes hubieran apuntado a la inacción del gobierno, al poco respeto por la vida que caracteriza a los populismos, a un “nos quieren matar a todos”, dirían, “sólo trabajan para los negros!!!”, “queremos ser Alemania!!!”.
Aunque en un ejercicio contrafáctico, no cuesta mucho imaginar el des-manejo que hubiese tenido una administración Macri-2 frente a la peste. Rebajó el Ministerio de Salud a Secretaría. Jamás logró entender un problema social, ya que como buen lector de Ayn Rand y admirador de las revoluciones conservadoras, bien sabe que la sociedad no existe, por lo tanto no puede haber problemas sociales, sino individuos que toman malas decisiones, como en este caso sería contagiarse.
Está en la línea de Carolyn Goodman, la actual alcadesa de Las Vegas, quien afirmo la necesidad de terminar con la cuarentena: “Abramos los casinos y dejemos que el libre mercado decida quién vive o muere”. Preguntada si iba a concurrir, afirmó que tanto ella como su familia están muy ocupados para ir al Casino. Aunque parezca de Netflix, es una historia real.
La Alcaldesa de Las Vegas Carolyn Goodman
Es así como quedan en evidencia los verdaderos intereses de cada actor político, económico y social, como es usual en toda crisis. Admiremos la persistencia neoliberal, que frente a cualquier cuestión propone lo mismo: privatizar, flexiblizar, ajustar. Por nuestra parte, creemos necesario pensar una nueva forma de regulación pública, que precisa salir de la configuración estatal heredada del neoliberalismo, que funcionaba como una máquina de endeudar y fugar.
Tenemos un Estado capaz de responder a determinadas cuestiones, pero no a todas; de allí la necesidad de ganar tiempo frente a la peste para estar preparados. Pero sería muy grave volver a la situación anterior, por si critica. Es el momento de re-pensar el Estado, como garante de los derechos de la persona, de la sociedad y del federalismo. Significa Estado de Derecho, Estado de Bienestar y Estado Federal. No es poco.
Sobre todo porque la peste desnuda virtudes o imperfecciones de las élites en su capacidad de enfrentar al virus. Nos pone frente a la realidad que un Estado construido según los paradigmas del neoliberalismo parece no poder responder a las urgencias de la hora: los países que eran presentados como modelos, tal Chile o Perú, se ven desbordados por los hechos, por los contagios, por los muertos. Eso significa que hay que cambiar de países, de pueblos, o hay que cambiar las élites. Formadas en un paradigma anterior, el neoliberal, ya no son capaces de rendir cuenta de los acontecimientos. No sólo se trata que ese paradigma es injusto, es que además tampoco funciona.
Algunos dirán que sí funciona, ya que permiten la evasión masiva de capitales, la extranjerización y concentración de la economía, el mantenimiento de un largo tercio del pueblo en la marginalidad (otra que ejercito de reserva, je). El asunto es que no es sostenible en el largo, mediano o corto plazo, incluso para los propios intereses. Una elite responsable sabría que durar es lo esencial, y negociar siempre en posición de fuerza. La designación de chivos emisarios (migrantes, por ejemplo) no dura mucho, el rechazo a la negociación es portadora de violencia, tanto simbólica como real. De este modo podemos concluir que en vez de la burguesía nacional hoy tenemos una lumpen-burgesía dominante, incapaz de cumplir su rol de élite, y en el fondo, muy irresponsable. Deben tener una orden de restricción para con los lugares de poder.
Esperamos publicar pronto un librito sobre la peste. Allí podremos ampliar los temas evocados en estas reflexiones cuarentenescas, además de tratar de otros temas, como por ejemplo el hallazgo sensacional de los Estados Unidos que logra disfrazar la lucha de clases en un problema de racismo. Lo que sorprende es que cualquiera que lea sobre las pandemias en la historia verá que los comportamientos sociales se repiten con asombrosa regularidad. Extraña que no haya nadie en las altas esferas que pueda aportar esa mirada histórica, insoslayable a la hora de tomar decisiones y de evaluar consecuencias. Queda el consuelo de Maquiavelo, cuando decía que las personas no cambian, cambia la historia, por eso es importante conocerla.
* Ex Embajador en Francia, ex Senador y Diputado Nacional.
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